En el número anterior de Cali Cultural olvidé anotar que los escudos otorgados por el Rey, no los hacía ni él ni la Corte; el peticionario lo llevaba dibujado decorado y colorido, agregando memorial con descripción y justificación y visto por el Consejo Real, si consideraba el Rey válidos los argumentos, dictaba la procedente Cédula Real de concesión, como sucedió con el de Cali el 17 de junio de 1559. A media que avanzó el Siglo XX, la proliferación de supuestos escudos de Santiago de Cali creados por alcaldes, secretarios de despachos municipales y concejales, cuyos artísticos o deformes diseños empotraron en todo espacio a su cargo sin el menor recato, armó desastrosa confusión a galope tendido y a ningún ente se le ocurrió ponerle freno al desembocado potro del caos. En el ocaso del 3 de julio de 2003 fui invitado a la Alcaldía -con carácter urgente-, para sacarlos de la anarquía en que se había asfixiado la heráldica citadina. La consulta de los burócratas era cómo rescatar el verdadero escudo otorgado a Cali. La situación era preocupante, pues deformar el escudo de una ciudad es falsear su historia; perder su tradición, irrespetar el valor histórico-patrimonial; distanciarse del sentido de pertenencia, como consecuencia de ver esparcido a lo ancho y largo de Cali decena de blasones incoherentes, que para colmo de males se añaden al mercado persa en que ha vivido la ciudad los últimos tiempos. Consecuente con comunicación de fecha anterior que el Presidente de la Academia de Historia del Valle del Cauca dirigió al Concejo de Cali atendiendo petición en igual sentido, expresé que el escudo indiscutible de la ciudad, es el que consta en el Real Título de Merced de Armas. Esa escueta frase, dado el rotundo desconocimiento de la heráldica por los funcionarios de turno, resultó incomprensible. Me extendí en detalles, recordándoles mis intervenciones en el Concejo de Cali, entre otras en mayo de 2000 a raíz de Proyecto de Acuerdo 158 presentado por la concejal Vera Ciocca en procura de devolver a la ciudad el escudo original y en febrero de 2001, cuando el Cabildo presidido por Juan Manuel Rodríguez me inquirió sobre el particular, concluyendo de las sesiones en las que se trató el asunto, que tan importante caso de la heráldica caleña, armó polvareda y para infortunio de esta Muy Noble y Muy Leal Ciudad, quedó en proyecto y se perdió en el olvido. Claramente revelé entre selección de decena de escudos coloridos y descoloridos, amañados y de entuerto –que yacían sobre la mesa de la Alcaldía-, los desacertados detalles de cada uno, desglorificando la impostura de sus anónimos artífices. Solo uno correspondía a la descripción de la Cédula Real de otorgamiento: El que figura en el libro capitular que conocí marcado en su lomo: “1714-1724”; a folios 188-189 vuelto, copiado al pie de la letra el 18 de Julio de 1719 por orden de mi tres veces séptimo abuelo paterno, Alférez Real, Regidor Perpetuo y Alcalde Ordinario de Santiago de Cali, Maestre de Campo Don Nicolás de Caicedo Hinestrosa, debido a que “el título de Merced de Armas que su Magestad fue servido de conseder a esta ciudad para timbre y memoria de su noblesa y grandesa, con el trans-curso del tiempo ha venido a maltratarse, de suerte que solo se alla poderse ler en lo presente con dificultad y que en adelante aun esto no se ha de conseguir en perjuisio de los fueros de la Republica;” fiel traslado certificado por falta de escribano, por testigos “alo ver correxir y consertar”, Don Felipe de la Torre y Velasco, Don Juan de Cevallos y José Prettel y Llanos, “para que en todos tiempos conste.” El original del Real Título de Merced de Armas del cual se sacó este traslado, estaba “en el Archivo de esta ciudad” –hoy Notaría Primera- y en el siglo pasado nadie se acordó de él y menos se supo en manos de quién paró o si terminó en la pira en que ordenó chamuscar no pocos de esos papeles viejos del Siglo XVI –de los cuales después tuve en mis manos los que se salvaron- un bárbaro Notario Carvajal Bejarano de raíces caucanas, a quien luego la política premió ocupándolo en el Palacio de San Francisco como Gobernador de nuestro Valle del Cauca. Caída la tarde del citado 3 de julio, ante llamada de Publicar S.A. a la Alcaldía de Cali, con angustia me indagaron cómo enviar esa noche a tal empresa el escudo de Cali, pues de eso dependía la impresión de la carátula del directorio telefónico 2003-2004. Expresé que consideraba difícil, pues el escudo copiado en 1719 fue dibujado a mano alzada en el libro del Concejo y sus trazos carecen de artística pluma y proporcionada forma. Es solo guía para que las viejas generaciones, las actuales y las que vienen, lo tengamos presente y no lo degeneremos como aconteció, con tácito silencio de alcaldes y concejales de Santiago de Cali y de la Academia de la Historia del Valle del Cauca, en quienes recae la obligación política, moral, cultural, de defender y preservar el legado de símbolos y títulos que ostenta la urbe desde sus primeros años, dejado por los caleños ancestrales a las generaciones futuras, el cual rememora nuestro pasado y fortalece nuestro porvenir. Ante el apuro que no era poco y la hora que no daba posibilidad de solución en manos diestras en manejo de gráficos por ordenador, mi conocimiento de la heráldica me hizo aceptar encargo ajeno, procurando servir a la ciudad como siempre lo he hecho, sin más pago que un hasta luego. Así, me comprometí a diseñar en la noche, el escudo adaptado al texto de la Cédula Real y entregarlo a Publicar antes del amanecer, lo que cumplí pasadas 3:30 horas del día siguiente. Como el sueño da tumbos y estorba la claridad mental, olvidé inicialmente ponerle los tales palos a la costa y esta me quedó sin puerto por falta de atraques; al punto de darme cuenta y despabilarme a medias, presuroso corregí, despachando a Publicar S.A. alborotado email con el escudo como Dios manda y el Rey dispuso. Cumplido el encargo, avisé a la Alcaldía, pero entre la modorra que acaparó hasta mis extremidades y el duendecillo de mi teclado haciendo ochas, mandé el escudo sin puerto, o sea sin los palos de atraque, a manos de Piedad Maya, entonces funcionaria del municipio. Lo que no imaginé, era que el escudo que me hizo amanecer lo viera impreso antes que el directorio telefónico en libro escrito por dicha señora, que con sorpresa y pesar mío, aparece repetidas veces en el contexto sin que se diga de dónde diantres salió –además por él no cobré ni un décimo- y desgraciadamente sin el puerto que tanta falta le hace, como la pata a una mesa; es decir, quedó amputado y como tal, no es el que a Santiago de Cali pertenece y así, erróneamente la Alcaldía lo difunde en cuanta valla, aviso o lo que sea hoy se ve. Igual acontece con el escudo encontrado en España en la Casa del Duque de Alba por mi colega de Número en la Academia de Historia del Valle del Cauca, Clementina Bravo – antes del que he oído decir trajo a Cali del mismo sitio –creo que el mismo, si no estoy mal- Juliana Garcés de Tenorio, pues aunque se acerca mucho al escudo original, existe en él un río a su siniestra, que lo vuelve siniestro por no existir tal apéndice y como tal, tampoco es el que a Santiago de Cali pertenece. Es trascendente que su dirigencia conduzca a sus moradores tras elementos que refuercen el sentido de pertenencia del que carecen sus actuales vecinos y algunos orientadores; uno de esos elementos, es el Escudo de Armas de Santiago de Cali, que se hace necesario restablecer definitivamente con fundamento pleno en el escudo original, con la simbología intrínseca impuesta en él por los vecinos fundadores de la ciudad. Para ello, invito al Alcalde Rodrigo Guerrero y a los nuevos Concejales, a acometer tal tarea que hace parte de substancial hecho histórico vivencial, conducente a la integración de sus inmigrantes, estabilidad interna, cambio de actitudes y progreso de la ciudad. Así se construye ciudad y así se proyecta futuro.
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