En su propia casa Omar Rayo Reyes cavó el hoyo donde vivirían sus huesos. “Sólo los locos pueden sobrevivir en el Trópico”, – dijo – y saltó con sus ojos desorbitados a la sombra de sus pinturas bajo el arco iris en el Museo de Roldanillo. Como un Sol de ojos fulgurantes, cabellos blancos y un puñado de dardos rojos Rayo se sumergió con su Sueño en la cripta que él mismo había diseñado para su tumba. No quiso separarse de su obra ni siquiera después de la traicionera muerte. En 1976 había puesto la primera piedra del Museo que grabó en su lomo, acompañado de Águeda, su esposa, los Presidentes López Pumarejo y Omar Torrijos y ayer miércoles 9 de junio, se despidió de su pueblo al que coronó de gloria. Autoridades civiles, campesinos cansados, organizaciones civiles, estudiantes con su uniforme diario llegaron a la rotonda vestida de rayas negras y rojas a mirar su cara seria. Las Cantaoras negras del Pacífico rasgaron la tarde con sus salves o alivios y ayes tristes en honor a su negro Omar: “Ay, Muerte, no seas tan ingrata me dejaste sola aquí en esta casa, me dejaste sola aquí en esta casa… El lunes y la mañana la muerte me vino a ver y en su visita me dijo: señor, vengo por usted.” Y Encarnación, poetisa oral, cansina, se arrimó al féretro y le musitó en secreto un último poema a su amigo de mirada cana y colorido pincel. Roldanillo estaba de gala para llorar de pie a quien tronó como cañón herido para llamar al Arte a que viniera al pueblo a morar en cuna de ocho ángulos. Vinieron expositores de México, de EE. UU., de Japón, de Argentina, de Brasil, Perú, Guatemala. Organizó cada año exposiciones, ofreció talleres a pintores noveles y enseñó a los niños a jugar con el agua, el pincel, la tierra ocre, el azul y el negro. Vio peregrinar desde Zarzal por inhumanas vías colegios en buses, caravanas de carros, a nacionales y extranjeros que acudían a esta Meca del Arte en Colombia. Desde 1981 el Museo se levantó airoso como faro de los dioses de la Pintura y las Musas de la Poesía. Dio albergue a centenares de mujeres que honraban cada 20 de julio a la Palabra culta en el Encuentro de Mujeres Poetas Colombianas, creado por su hada y compañera Águeda Pizarro Onicio. 150 y más mujeres llegaron año a año desde Nariño, Chocó, Guajira, los Santanderes, las Costas Atlántica y Pacíficas y el país de los Paeces a brindar a boca llena sus cantos y cansancios. Águeda, como Alma y Maestra, sentada en primera fila, escuchaba atenta y aplaudía las voces temblorosas y las liras afinadas. Pasaron las Almadres por el octaedro adornado siempre con cuadros de líneas, blancas, negras, azules, rojas dobladas o entreabiertas, la vallecaucana Mariela del Nilo, la matriarcal Meira Delmar, la caucana Matilde Espinosa, las Académicas Dora Castellanos, Maruja Viera, la caleña Gloria Cepeda Vargas, la maga laureada Marga López Díaz y la paisa Olga Elena Mattei. El Museo está cumpliendo 29 años de trabajo como un gran ejemplo al país de amor por el Arte y la Cultura. No sólo los artistas se han favorecido y han gozado de este Templo donde se cultivan las actividades que satisfacen la necesidad del hombre de sosiego espiritual y goce para los oídos y ojos del alma. También el comercio, la educación, la hotelería, el turismo se han fortalecido al pie del Museo Rayo. Grandes artistas plásticos han venido a mostrar sus creaciones, orquestas, compañías de teatro, cantantes, músicos, las negritudes e indígenas han probado el manjar de la acogida en este remanso de paz y mansión de la Cultura.
Omar Rayo yacerá para siempre, como un loco del Trópico, pidiendo que le aprecien a este “Bobo” suyo en cuyo seno duerme.
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